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El concierto

Una vez más nos reunimos en esta sala emblemática de admirable acústica para recordar a Inés de Pablo Llorens. Lo hacemos en el confort que proporciona el saberse arropado por familiares y amigos y al calor de la música.

Maurice Ravel -de cuyo nacimiento se cumplen 150 años este 2025- decía, parafraseando a Mozart, que “la música puede emprenderlo todo, atreverse a todo y pintarlo todo.” Y esta frase nos hace pensar en Inés: mujer resuelta, valiente y creativa. Ella es quien ha inspirado, un año más, el programa que disfrutamos hoy y estos comentarios.

Empezamos escuchando Egmont, un encargo que llenó de alegría a Beethoven al brindarle la ocasión de entrar en contacto con la obra de su admirado Goethe en la que el personaje principal es un modelo de valentía, tesón y fortaleza interior, cualidades que el compositor siempre tuvo presentes como guía de vida y estímulo profesional y que sostenían uno de los postulados con que el movimiento romántico pretendió construir una humanidad mejor: el heroísmo individual.

El programa sigue con unas pinceladas de ese gran fresco, colorido y poético, que es El lago de los cisnes, un impresionante bastidor que permite a Tchaikovsky tejer su talento compositivo y su sensibilidad estética a una partitura de luminosa belleza. Esa puntada fina, puesta al servicio de la elegancia y la ensoñación, se manifiesta en la Escena y el Vals que oiremos esta tarde y es, desde luego, seña de identidad del lenguaje de Tchaikovsky.

Dejándonos llevar, la música nos traslada desde el lago hasta el Gran Canal de Venecia, donde suena la dulce Barcarola que ilustra Los cuentos de Hoffmann de Jacques Offenbach. Es la banda sonora ideal para una noche perfumada que nos invita a contemplar el remar de los gondoleros desde las terrazas abiertas de un palazzo veneciano, colmado de flores, escalinatas, lámparas de cristal y canciones.

Esta pieza nos mece suavemente hasta que la siguiente nos empuja a cruzar el Atlántico. En la otra orilla nos topamos con Hoe-Down, un número del ballet Rodeo de Aaron Copland, estimulante y vistoso, que nos muestra una estampa costumbrista del mundo rural norteamericano. Copland fue uno de los responsables del florecimiento de unas ideas artísticas, filosóficas y literarias que surgieron de la misma tierra americana, exuberante y vigorosa, tras haber estado agazapadas bajo el influjo europeo.

Y volviendo a Europa, seguimos en el universo del folklore gracias a Antonín Dvořák, uno de los principales compositores checos. Decían de él que “miraba de frente, con ojos de niño” y con esa franqueza nos regala una música que oscila con naturalidad entre el lirismo de una melodía de largo aliento y la campechanía entrañable de una danza popular. Su Danza eslava Op 72 nº 2 procede de una imaginación fértil y de una espontaneidad prodigiosa. Como las de los niños.

El año en que nació Ravel, Georges Bizet estrenaba Carmen, una ópera audaz para su tiempo que recreaba una feminidad distinta y poderosa y que irradiaba vitalidad e inspiración. Friedrich Nietzsche, filósofo y gran melómano, escribió esto impactado por la obra: “¿Alguien se ha dado cuenta de que la música torna libre el espíritu y da alas al pensamiento?”

Libre y radiante como estos pentagramas fue Inés y con su recuerdo nos hacemos eco también de las palabras de otra mujer extraordinaria, Virginia Woolf: “El arte es mucho, pero la música es más.”

Vaya este concierto con nuestros deseos de un 2025 pleno de salud y buena música.

Mercedes Albaina

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